domingo, 31 de agosto de 2014

El museo de John Soane

Yo había oído hablar del museo de John Soane, como de tantos otros museos, en una ciudad que tiene la densidad de museo por metro cuadrado más alta del mundo. (Mi amigo Agustín Calvo Galán debería venir con más frecuencia a Londres para nutrir su originalísimo blog "Mis museos favoritos"). Pero fue otro amigo, Andrés Catalán, buen conocedor de Londres, quien me recomendó que no dejara de visitarlo. En su opinión, alberga una de las colecciones más fascinantes de la ciudad. Así lo hago, pues, aprovechando una rara mañana de sol. En Lincoln's Inn Fields, a la entrada del museo, que es gratuita, un amable vigilante, valga la paradoja, me pide que apague el móvil, "en caso de que lo tuviera". Me parece bien: uno visita el John Soane como quien va a la ópera. El personaje que le da nombre, y que reunió sus fondos a lo largo de muchos años de coleccionismo, fue un arquitecto afamado, hijo de un albañil: a John Soane se deben algunas de las construcciones más reconocibles de la capital, como la sede del Banco de Inglaterra, el Royal Hospital de Chelsea, la Pinacoteca de Dulwich -un lugar maravilloso, que visitamos, con gran placer, hace algunos meses- o la iglesia de la Sagrada Trinidad, en Marylebone. En 1778, Soane inició el Grand Tour, el viaje por Europa que solían hacer los ingleses ricos de su época, para conocer las maravillas del arte y la arquitectura del continente, y también para dejarse transportar por el exotismo de los países más asilvestrados, como España. Ese fue el origen de un amor por el arte de la antigüedad grecolatina y las maravillas del Renacimiento italiano que nunca dejaría de acompañarlo. Tras dos años de viaje, en 1780 se instala en Londres y despliega una brillante carrera como arquitecto y profesor de arquitectura. En 1792 y los años siguientes compra tres casas contiguas en Lincoln's Inn Fields, las remodela profundamente y erige la que hoy alberga el museo con su nombre. Tras décadas ampliando su colección y su biblioteca, de casi 8.000 volúmenes, todos los cuales se encuentran hoy en el museo, Soane se retira en 1833 y muere tan solo cuatro años más tarde, después de una vida de éxito en lo profesional, pero no exenta de desgracias en lo personal: enviudó en 1815 y dos de los cuatro hijos que tuvo murieron antes del año de edad, aunque tampoco fue muy afortunado con los dos que sobrevivieron: John era enfermizo y tarambana, y George, un crápula extorsionador: amenazó a su padre con hacerse una de las peores cosas que se podía ser en aquellos tiempos, actor, si no le concedía una asignación anual, y acabó en la cárcel por deudas: se conoce que el arquitecto no cedió a su chantaje. Aunque la señora Soane acabó pagando las obligaciones de su hijo, y este recuperó la libertad, George no demostró ninguna gratitud a sus padres: en 1815 publicó en The Champion, sin firma, un virulento artículo denunciando el pobre estado de las artes, y sobre todo de la arquitectura, en Inglaterra, y singularizando esa pobreza en la figura de John Soane. El venenoso escrito contribuyó a la muerte de su madre, que arrastraba problemas de salud, al hundimiento emocional de su marido, y a un alejamiento de casi una década entre este y su hijo. En 1824, sin embargo, el arquitecto descubrió, con neoclásico horror, que George vivía un ménage à trois con su mujer y su cuñada, y que zurraba tanto a ambas como al hijo que había tenido con la primera, Fred. Con la esperanza de sustraerlo a la perniciosa influencia de George y de que se convirtiera en arquitecto, aceptó pagar los estudios de Fred y lo colocó con otro afamado arquitecto, John Tarring, pero el nieto tampoco le salió bueno: Tarring le pidió poco después que lo sacara de su estudio, porque había descubierto que Fred solicitaba por las noches la compañía del capitán Westwood, un conocido homosexual. El museo conserva hoy el mismo aspecto que tenía en 1837, cuando Soane murió. Y tiene que conservarlo, porque esa fue la condición que estableció el arquitecto en su legado de 1833: que no se alterara la disposición en que dejaba en edificio y sus colecciones. No envidio a los conservadores que han de batallar, desde hace casi 180 años, por que el sol, el polvo, los insectos y la presencia humana no hagan mella en unos materiales frágiles, en muchos casos, que no pueden trasladarse ni desmontarse. Las cláusulas testamentarias explican el estado, más que sombrío, tenebroso, en el que se mantienen en la actualidad. La acumulación de piezas es extraordinaria: Soane, con dinero y conocimiento para hacerlo, adquirió toda suerte de capiteles, estucos, esculturas, lápidas, urnas, vasijas, mosaicos, cerámicas, peanas, carátulas y otros elementos ornamentales de la construcción, así como de muebles, antigüedades, planos, dibujos y maquetas, en una suerte de lucha inexorable contra el tiempo y la soledad: desde la muerte de su esposa vivió aquí, solo, dedicado a la contemplación de estas reliquias de la historia. Y también pinturas. En la pinacoteca que es, asimismo, el Museo John Soane, destacan cuatro delicadezas de Canaletto, tres piezas de Turner y las series satíricas del gran William Hogarth: The Rake's Progress y la magnífica The Humours of an Election, que narra la elección de un candidato al Parlamento en Oxfordshire y denuncia, al hacerlo, la corrupción endémica que aquejaba a los procesos electorales. De hecho, Soane sentía predilección por la sátira, de la que hay numerosos ejemplos en el edificio, tanto en cuadros -otro, de Edward Bird, se titula The Cheat Detected, e ilustra, no sin humor, la reacción de un marido furibundo al descubrir el adulterio de su esposa- como en dibujos -un grabado anónimo francés de 1814 trata del mismo tema, pero al revés: Le facheaux contretems ou l'anglais surprise par sa Femme- o recortes de prensa. Deambulo por los varios pisos del edificio, estrecho y lleno de maderas tumultuosas, siempre observado por los numerosos vigilantes y requerido por las no menos abundantes peticiones de donación: en cada esquina hay una urna, pero no de mármol, sino de metacrilato, para que deposite algunas libras que hagan posible el mantenimiento del lugar. (No lo hago). Resulta difícil circular por los pasillos, angostos y ocupados por otros visitantes tan estupefactos por semejante turbamulta de objetos como yo. Reparo en algunas piezas espectaculares, como el modelo en yeso del Apolo de Belvedere que Soane exhibía en su finca de Chiswick, y que trasladó finalmente aquí (reparo en que la inevitable hoja de parra que evita que los honestos ojos de las damas, y de algunos hombres, se sientan perturbados, no tapa lo que ha de tapar, y que unos contundentes pudenda saludan al paseante cercano, para su gozo o su confusión; curiosamente, el Apolo original no oculta nada a la vista), frente al cual se encuentra uno de los muchos bustos del propio Soane, cincelado por Francis Leggatt Chantrey, en el que más bien parece Julio César; y el sarcófago de alabastro del faraón Seti I, para celebrar cuya adquisición y llegada al museo Soane organizó una fiesta que duró tres días con sus noches (aunque para meter tanto el sarcófago como el Apolo, demasiado grandes para las puertas y escaleras del edificio, hubo que horadar las paredes). Hay piezas, digamos, menores también muy interesantes. Entre los bienes con los que Soane se hizo en sus numerosos viajes a Francia -era muy francófilo, lo cual no deja de tener mérito en una época en la que Francia era el archienemigo de Inglaterra-, se cuentan, por ejemplo, un anillo de oro que contiene un mechón de Napoleón Bonaparte, y muchas primeras ediciones de los mejores títulos de la Ilustración gala. Por una increíble casualidad, entre los miles de volúmenes que alberga la biblioteca del museo, mis ojos caen en Ruines des empires, de Volney, publicado en París en 1792, un libro que influyó en Whitman, y que he citado -y transcrito parcialmente- en mi traducción de Hojas de hierba. Visito una sala en la que se amontonan las maquetas en corcho que Soane hacía de algunos de los más importantes monumentos de la Grecia y la Roma antiguas, y, por fin, la cripta, un lugar en el que la penumbra general del museo se convierte en oscuridad declarada. Aunque pretendía reproducir el ambiente de las catacumbas romanas, su decoración es gótica, y las obras que acumulan van de lo neoisabelino -como el escritorio de Robert Walpole- a lo peruano, con las primeras muestras de cerámica precolombina expuestas en Inglaterra. Cuando salgo a la calle, estoy ahíto de sombras y de cosas: abrazo al sol, viejo amigo, y paseo por el vacío verde de Lincoln's Inn Fields. El Museo John Soane ha sido toda una experiencia. Opresiva.

3 comentarios:

  1. Es cierto, me falta un museo londinense! me lo apunto... Muchas gracias por acordarte de mi humildísimo blog sobre museos!

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    1. Tu "humildísimo blog sobre museos", como lo llamas, es una página estupenda y muy original. ¿Tú crees que habrá otro en el mundo?

      Un gran abrazo.

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  2. Hola!
    Lástima no haber tenido conocimiento del blog de ACG; hace unos días estuve en Lisboa; la próxima vez que vaya visitaré La Fundación Arpad Szenes-Vieira da Silva; soy visitadora y revisitadora de museos. Me encanta el blog y muy útil!!

    Abrazos a los dos

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